CHINCHILLA DE MONTEARAGÓN (Albacete) - CINE DE LA ESTACIÓN (Una historia insólita)

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La Estación de Chinchilla (unos 800 habitantes en los años cincuenta, 169 en 2020) fue la consecuencia lógica de la expansión de un medio de transporte que vino a cambiar una sociedad, una forma de viajar, una manera de crear riqueza, un modo de vida. Tiene sus raíces superada la mitad del siglo XIX, cuando el tren se abría paso entre el centro de España y el levante, véase, Cartagena y Alicante. Entró en decadencia cuando se iniciaron las obras para construir la Estación de Albacete en el año 1967 y continuó el declive hasta su clausura en el año 2002. El edificio de viajeros, como otras tantas construcciones de la zona, dormita ahora, a la espera de que alguien trate de rescatarlo antes de terminar muriendo por falta de atenciones, como lo certifica que aparezca en la Lista Roja del Patrimonio. Miles de viajeros al año, muchos de los cuales hacían noche a la espera del tren que les llevaría a su destino. Una estación abierta 24 horas, con tres turnos diarios de trabajo para los ferroviarios. Y por supuesto, en esos vagones, películas camino de los grandes cines de la capital de España y otras ciudades.

El cine y el teatro de la población contó con su 'templo' particular, una nave que vista hoy no ofrece pista alguna de su pasado como sala cinematográfica a la altura de los estrenos nacionales que transitaron por su pantalla, un inmueble que todavía conserva a trancas y barrancas las huellas de lo que fue, con un escenario rematado con un bambalinón en madera marcado con unas curiosas iniciales en madera y las tripas de lo que fue una cabina en la que un día hubo un proyector, unas bobinas... Aunque esas dependencias, convertidas hoy en almacén y cochera, fueron mucho más. Salón de bodas y otros banquetes, sala de baile, punto de encuentro para reuniones varias. El edificio que se convirtió en cine fue un proyecto en el que colaboró prácticamente todo el poblado ferroviario. "El que pudo con dinero, y si no, con jornales, o con ladrillos". Fruto del esfuerzo de todos, un sueño que se convirtió en realidad. Fue un cine de extraperlo. Pero el caso es que los vecinos de la Estación de Chinchilla vieron, estrenaron, en especial en los cincuenta, buena parte del mejor catálogo de las majors, de las grandes exhibidoras en esa España de miseria y drama, de esa España de posguerra.

Todo estaba perfecta y milimétricamente estudiado para que, durante la parada de los convoyes, la película se estrenase en la pedanía chinchillana. Los trenes en algunos casos hacían noche aquí. Entonces el jefe de la estación, que era a su vez el responsable del cine, era quien se encargaba de que corriera la voz, que ese día había sesión. En la plaza se colocaba una especie de cartel, de pizarra, y se anunciaba que esa tarde, o cuando fuera, había película. No había horario concreto, ni día de la semana, aunque lo habitual era que el milagro se obrara los jueves, cuando los vecinos de la Estación disfrutaron de estrenos. En algunas ocasiones había dos pases y llenaban. Había que pagar una peseta por la entrada. Y así fue durante largas temporadas. Esos vagones de celuloide llegaban, además, de otras poblaciones. "Hemos visto películas que no las habían visto ni en Madrid todavía, ni en Valencia, ni en ningún sitio, nosotros éramos los primeros". Alguien recuerda títulos como "Los crímenes del Museo de Cera" o "Sisí emperatriz". Las cintas llegaban eran 'sacadas' de los vagones y se proyectaban, y eso sí, de estreno en estreno. Se pasaban en el cine, y después, de nuevo al tren. Los vecinos, llevaban sus propias sillas y combatían el frío con bolsas de agua caliente o ladrillos que calentaban en el sagato, aunque con el paso del tiempo el cierre de una sala de Almansa les proporcionó butacas de madera. Hasta algunos viajeros que pernoctaban en la estación de espera pasaban por el curioso cinematógrafo, según rememoran los vecinos. También se recuerda en especial la proyección de alguna de las reposiciones de "Lo que el viento se llevó". Sí, reposiciones, porque hubo un antes y después en la biografía del peculiar cinema ferroviario que tuvo varios gestores. Y es que el cine de estreno clandestino desapareció como tal en el invierno de 1951, el día que tocaba ver "Caravana de mujeres" y la película se incendió teniendo el proyeccionista que luchar contra las llamas para que no devorase todo el celuloide mientras la gente se amontonaba para huir de la humareda. Un suceso que pudo acabar en desgracia máxima, y que supuso que este cine usurpado desapareciera.

(Fuente: José Fidel López. web www.cuentosdecine.es )

 

Colaborador: Severiano Iglesias Tortosa