Este cine estaba situado en la Calle de la Flor Baja y desapareció con la construcción del tercer tramo de la Gran Vía Casa. Propiedad de Estanislao Bravo el Cine de la calle de la Flor, como se anunciaba entre 1912 y 1917 o el Cine de la Flor, entre 1917 y 1926, estaba situado en el número 24 de la calle de la Flor Baja y ocupaba la parcela que hoy corresponde, aproximadamente, al número 4 de esta calle. Antes de la construcción de la Gran Vía, el terreno del edificio se extendía hasta la calle de San Cipriano, número 1 (calle desaparecida en su totalidad debido a la urbanización de la nueva vía). Fue inaugurado en el año 1910 y desapareció en 1926. Me parece estar viendo aquel barracón destartalado, pero que entonces a mí me parecía como una fábrica de cuentos. Así comienza la descripción del Cine de la Flor Rosario González Truchado, quien de niña llevaba la cena a su padre, taquillero del local, y aprovechaba para ver las películas en cine mudo del programa: El Zorro, El Pirata Negro, El Fantasma de la Opera y tantas otras.La entrada del Cine era de un ancho corriente (2 metros, más o menos) con dos puertas de madera gruesa, como los portales de entonces. A la derecha había una ventana como de 1 metro, que era la taquilla para dos empleados, con un ventilador grandecito para el verano, por supuesto, con muchas cintitas de colores que me llamaban la atención. En el invierno no había ni estufa, ni brasero, ni nada. Los taquilleros estaban con los abrigos puestos, las boinas, las bufandas y guantes viejos con las puntas de los dedos cortadas, a modo de mitones, para cobrar la entrada de 10 céntimos.Para subir al vestíbulo había seis u ocho escalones de cemento reforzado con borde de hierro, como en el metro, y una barandilla de tubo, igualmente de hierro. Dicho vestíbulo tenía el suelo hecho de tablones de madera y a lo largo de las paredes, bancos corridos.A mano derecha tres escalones que conducían a lo que llamaban platea y que consistía en 6 u 8 filas de butacas de madera, con sus brazos; el suelo también estaba entarimado y la puerta con una cortina gruesa que preservaba de la luz. Esta localidad era preferente y asistían a ella novios, familias... o sea público más formal, y costaba veinticinco céntimos.Detrás estaba la cabina de proyección y en un lado había una especie de palco donde algunas veces un señor, al que llamaban "el hablador", leía los pocos letreros que entonces había en las películas. En ocasiones se entusiasmaba y explicaba por su cuenta detalles para dar más emoción a la película. El patio de butacas estaba al final del vestíbulo y tenía dos puertas y aquí había que bajar dos escalones. La pantalla era grande y estaba alta para que no estorbase un espectador más alto a otro más bajo. El suelo era de cemento, ¡y las trifulcas que se armaban!, siempre peleas a porrillo, por cualquier causa: empujones en los bancos, manos largas de algunos que iban a donde no debían, bolsillos vaciados e insultos al operador de la proyección si se cortaba ésta, lo que sucedía a menudo, debido al material que llegaba ya muy gastadoHabía chicos vendiendo patatas, bocadillos, bollos, caramelos, etc. que venían del bar que ocupaba la parte izquierda del vestíbulo. En éste cenaban los empleados que comenzaban su trabajo a las 4h. de la tarde y terminaban a la 1h. de la madrugada". Estos recuerdos escritos por Rosario González Truchado se sitúan entre los años 1924 y 1926, época en la que aún no se habían producido los derribos de esta zona, que luego sería el tercer tramo de la Gran Vía de Madrid. Junto al negocio del cine y en la misma manzana había un lavadero utilizado por el vecindario que, abonando pocos céntimos, podía tender la ropa al sol en un espacio habilitado con postes de madera y cuerdas. Anexo a éste existía un aparcamiento de coches de punto o "simones" .

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Colaborador: Davalet