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En octubre de 1943 abre sus puertas en el nº 20 de la calle Uría el cine Aramo, regentado por la familia Mier. Conocido como El Palacio del Cine, se convirtió en uno de los más emblemáticos de la ciudad hasta su cierre en 1984. Para su gala de apertura contó con la presencia de cuatro eminentes artistas, procedentes nada más y nada menos que del Scala de Milán y del Teatro Real de la Ópera de Roma, que deleitaron al público carbayón con un programa seleccionado entre las mejores óperas. Tras la actuación de tiples y tenores fue proyectada la película Quien pudiera escribir, basada en una obra de Ramón de Campoamor. Finalmente se procedió a inaugurar el Bar Americano (rebautizado más tarde como el Ambigú) con un baile de gala para el que se requería traje de etiqueta u oscuro. Todo un acontecimiento social en un tiempo en el que Oviedo, como el resto de España, aún sufría las consecuencias de la guerra civil; un tiempo en que en los cines se cantaba el Cara al sol antes de las proyecciones, y la población pensaba más en conseguir algo para comer que en fiestas y espectáculos. Como quedó patente en la gala de inauguración, el Cine Aramo fue el más selecto de la ciudad. Un elegante y glamuroso local con dorados adornos, maderas nobles, suelos de mármol y majestuosas lámparas, en sintonía con el señorío que siempre se ha adjudicado a Oviedo. Al estar situado en la arteria principal, Uría, sus carteleras eran vistas y admiradas por los numerosos grupos de paseantes que cumplían con el ritual del paseo por la acera de la derecha todas las tardes. Hasta su cierre en 1984, el Aramo permaneció fiel a su estilo, con el Ambigú atendido por uniformados camareros, brillantes suelos de mármol y siempre relucientes dorados adornos. La escritora Julia Ibarra dijo de este cine: \\\\\\\\\\\\\\\"Cine Aramo. A la salida de la sesión de la siete y media de la tarde, el primer contacto con la realidad a la que necesariamente había que regresar era el reloj de la RENFE, marcando las diez menos cuarto. Cine Aramo, construido y decorado como otras salas de la época con afán de solemnidad. Maderas nobles, lámparas que pretendían cierta fastuosidad, mármoles que propendían al lujo. Se buscaba revestir un escenario de sueños y de ensueños de una imprescindible suntuosidad, con independencia de que el resultado estético nos llenase más o menos. Sábana por donde desfilaron griegos y romanos, Leonidas y Espartaco. Por donde se proyectaron muchos duelos inolvidables. Galopaban los caballos. Gary Cooper, con permiso de Pilar Miró, transitó más de una vez por aquel séptimo cielo que decidía posarse durante unas dos horas en la compartida sábana. Mares insultantemente azules Historias del cine negro. Y los besos, en los que el cine, como más de uno dijo, marca un antes y un después. También, cómo no, dramones y cursiladas. También, cómo no, españoladas infames en dos fases, landismo pueblerino y poslandismo pretencioso. También, cómo no, americanadas pueriles e insulsas. También, cómo no, el consabido NODO, impuesto obligatorio previo a la película. Cine Aramo. Se llevan sus butacas, camino de la destrucción, momentos inolvidables, segundos y minutos eternos. Estrenos en la pantalla y en la sala. Estrenos amorosos también en la propia butaca. Escarceos de tantas historias sentimentales. Años llevaban, en efecto, vacías sus butacas. Oscurecidas y sin la presencia humana. Arrancadas de cuajo del lugar al que estuvieron adheridas, camino de su final. Muchos serán los que dediquen algunos instantes al recuerdo de aquellas butacas que en más de una ocasión les sirvieron para contemplar los sueños proyectados sobre la imborrable sábana blanca, donde en más de una ocasión acaso soñaron y amaron con independencia de lo que acontecía en la pantalla. Lo que se echa de menos de cines como el Aramo es que son irrepetibles. "La voluntad de estilo" con que fueron concebidos y construidos ya no es viable, ya no es funcional ni rentable. Ahora, como no podría ser de otro modo, las salas de cine son bien distinta cosa. En cualquier caso, somos muchos los que consideramos más que merecido testimoniar nuestro recuerdo a esas butacas que nos sirvieron a veces para ver sueños, a veces para vivirlos, a veces para hacerlos realidad.\\\\\\\\\\\\\\\"

Parte del texto e imágenes de la web www.carlosdelcano.com

Colaborador: Iñaki Malanda